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Corea del Norte ha estado llegando a los titulares, a partir de sus amenazas sobre ataques nucleares preventivos contra el territorio continental de los Estados Unidos.
Además de considerar las acciones beligerantes de este país en materia
militar, la comunidad internacional no puede desentenderse del
lamentable registro en temas de violaciones de derechos humanos y el estrangulamiento económico resultante luego de tres generaciones de dictadores.
Mientras algunos especulan que el cambio está en marcha, las recientes iniciativas de Kim Jong-Un ofrecen pocas esperanzas de cara a futuras reformas. El 'Reino Hermitaño' permanece cerrado al mundo exterior, como una defensa frente al contagio de la influencia extranjera. Muy lentamente, el flujo de información
comienza a abrirse para los ojos de los norcoreanos, permitiéndole -en
simultáneo- a Occidente echar una mirada sobre el régimen. Pero unas
pocas fotos subidas a Instagram
Afortunadamente, un puñado de desertores de Corea del Norte se han mostrado predispuestos a hablar. Shin Dong-hyuk
le ha plantado cara a la peligrosa situación de los norcoreanos puestos
en prisión en lo que hoy serían espacios equivalentes a los gulags soviéticos.
Nacido en un campo de prisioneros, Shin ha sido uno de los pocos que
pudo escapar, y su historia ha calado hondo en muchas personas.
El miedo y el hambre son las emociones que definen y dominan la vida de los coreanos del norte. Shin recuerda la angustia que sobrevenía con el hambre, como un sentimiento familiar que lo condujo a traicionar a su madre y a su hermano en el campo, hecho que condujo a la ejecución de ambos ante sus propios ojos. El declaró no experimentar remordimiento alguno hasta transcurridos muchos años en su vida; dijo haberlo hecho por comida, una recompensa que -en definitiva- jamás recibió.
Sumido en la desesperación, algunos coreanos consideraron lo impensable, llegando incluso al canibalismo.
A contramano de la creencia popular, la escasez de alimentos no
finalizó con la hambruna que tuviera lugar en los años noventa y que
acabó con la existencia de más de un millón de personas, sino que continúa hoy día. El hambre es una plaga en la Península.
Pero lo protagonizado por Shin no es algo único. El
norcoreano promedio se ve forzado a asistir a sesiones semanales
múltiples de propaganda gubernamental de corte "organizacional". Y
la vida de cada ciudadano está coordinada, desde la cuna a la tumba,
por el gobierno. Los niños aprenden que todo aquello que reciben procede
del "Querido Líder".
El ciudadano norcoreano promedio no dispone de acceso a agencias de
noticias que provean perspectivas diferentes de la realidad. En lugar de
ello, la fuerza del régimen lo alimenta con información a través de los
medios administrados por el estado. Internet no es una herramienta disponible para los individuos; por ende, los blogs, Twitter, Facebook, y hasta Google
son desconocidos para cualquiera. Criticar al gobierno equivale a
ponerse en riesgo inminente a uno mismo, y a su propia familia. La sola crítica puede redundar en tres generaciones enviadas al gulag por el "crimen" de solo un integrante del núcleo familiar.
A pesar del conocimiento que existe en Occidente sobre los campos de
concentración, la persecución religiosa, la escasez de comida y la
supresión extendida de derechos individuales básicos, los coreanos del
norte rara vez logran obtener asilo o refugio en los Estados Unidos de América, por ejemplo. Desde que el Acta de Derechos Humanos en Corea del Norte fue aprobada en 2004,
solo un total de 122 ciudadanos de ese país obtuvieron estatus legal en
EE.UU., y solo un minimo de ellos obtuvo asilo político o condición de
refugiado.
Numerosos expertos especulan que Estados Unidos no les garantiza el estatus de refugiados porque todos los norcoreanos obtienen ciudadanía automática apenas arriban a Corea del Sur.
Pero los desertores norcoreanos rara vez se encuentran en posibilidad
de huir al sur, porque la frontera está estrictamente monitoreada por
ambos países. En lugar de ello, aquellos que buscan obtener asilo deben
arriesgarse en un peligroso periplo de miles de kilómetros a través de China, Mongolia, o el Sudeste de Asia, si el objetivo es llegar a Corea del Sur.
Mientras que un estimativo de entre veinte mil y treinta mil
desertores norcoreanos residen en la vecina del sur, otro número difícil
de conocer se oculta en la República Popular China o forzado a vagar
por el sudeste asiático. Varias organizaciones de ayuda han provisto
apoyo, pero mucha gente continúa quedando en el medio del proceso, ya
sea como personas sin estado en China, o bien terminan como víctimas del tráfico de personas en la región, o como ciudadanos en países por completo desconocidos para ellos.
Aún cuando las sanciones han sido incrementadas desde Naciones Unidas, sus efectos son poco significativos pues aquellas sanciones rara vez son implementadas por China. Será,
pues, hora de golpear a Corea del Norte donde más le duela, teniendo en
consideración su extendida red que apuntala al régimen y que le permite
perpetuar su campaña de gran escala contra su propia población.
Corea del Norte es nuestra moderna historia de terror. La Historia
debería empujarnos a actuar, para no repetir los errores del pasado. El
presente foco en el régimen de Pyongyang debería bastar para recordarle a la comunidad internacional que Norcorea no es solo una amenaza hipotética para la seguridad del globo, sino que es una amenaza contra sí misma.
Sin acciones serias que arriben con un respaldo para los ciudadanos
norcoreanos, existirá poca esperanza para el reasentamiento pacífico de
aquéllos, apenas el régimen caiga.
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